No era fácil ser joven en la segunda mitad de la década de los 80s cuando se produjo la llegada de Indochine a nuestro país. En el Perú, en verdad, no se los esperaba como algo cierto pues Lima no era plaza para la llegada de conjuntos anglosajones y menos francoparlantes ante la crítica situación que atravesaba el país. Sólo contábamos con la visita de artistas en nuestro idioma.
En abril de 1988, cuando llegó Indochine, nuestro país vivía
la guerra contra movimientos terroristas como Sendero Luminoso y el Movimiento
Revolucionario Túpac Amaru (MRTA). El gobierno precedente de Fernando Belaúnde
(1980 – 1985) y del presidente de entonces (Alan García) se mostraron
ineficientes para derrotar a las huestes terroristas.
Los jóvenes tuvieron que acostumbrarse a los toque de queda.
La medida se imponía para resguardar la seguridad de las calles durante las
noches. Caminar por las calles de Lima significaba que en el momento menos
pensado podías toparte con un enfrentamiento entre las fuerzas del orden y los
terroristas. O tal vez oír la explosión de un “coche-bomba”. Muchas noches las
pasamos literalmente “en vela” debido a que estos delincuentes derrumbaban
torres de alta tensión y media ciudad se quedaba sin energía eléctrica.
Si bien es cierto que la crisis económica aún no alcanzaba
las cotas de espanto que lograría en el mes de setiembre de 1988 en adelante (con
los famosos “paquetazos” y la hiperinflación), para mayo de 1988 el inti (moneda nacional por
entonces) no cesaba de devaluarse sostenidamente. Era un gran deseo de todos
tener dólares, pues esta moneda valía más cada día. Cada día los precios subían y no hacían más que subir.
Por abril de 1988 muchos jóvenes teníamos que obedecer a los
padres y madrugarnos para ir a comprar leche, pan o carne ya que eran productos
que rápidamente desaparecían de las panaderías y supermercados. A los más
jóvenes les podríamos decir que la situación era similar a la que hoy vive
Venezuela, aunque sin Maduro, ni socialismos bolivarianos de por medio.
Más de un joven no obtuvo el permiso correspondiente de los
padres para acudir a los conciertos de Indochine “por temor a que le pase algo”.
Sin embargo, el loquerío juvenil de entonces fue tan contundente que los cuatro
conciertos estuvieron repletos de una muchachada que salió a bailar y cantar
con su grupo favorito.
El Amauta era por entonces el lugar por excelencia de los
grandes espectáculos de los artistas más esperados, solo tenía la competencia
de la Feria del Hogar que se desarrollaba entre julio y agosto. El Amauta fue
el escenario que recibió a Indochine y que actualmente languidece como mudo
testigo de glorias pasadas que nunca volverán. Ir a visitarla es para un fan de
Indochine como una suerte de peregrinaje para revivir buenos tiempos.
Una impecable reconstrucción de lo que vivían los jóvenes limeños
de esa época lo vemos en el film “Viaje a Tombuctú” de nuestra compatriota
Rossana Díaz. No dejen de verlo pues incluye temas de Indochine como parte de
su banda sonora.
Imagen atribuía a la acción terrorista que se apoderaba de varias ciudades del país en la década de los 80s.
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